Dividir la opinión de los espectadores de manera tan tajante es una habilidad que no todos los directores poseen. Xavier Dolan la tiene y con su más reciente trabajo cinematográfico lo ha dejado bastante claro.
Basada en la obra teatral de Jean Luc-Lagarce, No es más que el fin del mundo se ha convertido en la manzana de la discordia entre críticos y cinéfilos por igual, entre quienes la consideran como lo peor en la filmografía del director canadiense y quienes han encontrado en ella una muy buena película. Diré que me encuentro en este último grupo.
En esta ocasión, Dolan nos presenta a Louis (Gaspard Ulliel), un joven escritor que tras 12 años de ausencia, regresa a casa para comunicarles a su madre y hermanos que en poco tiempo va a morir. Sin embargo, su inesperada presencia saca a la luz sentimientos que su familia ha ido acumulando desde su partida.
No es más que el fin del mundo es una historia sobre el resentimiento y lo que este puede llegar a hacer no sólo a una familia, sino al individuo mismo.
Apenas atraviesa la puerta, Louis es recibido si con sorpresa, pero también con muchas preguntas, aunque a él no le interesa contestar ninguna de ellas, lo que desea es tener una última oportunidad de sentir cercanía con esas personas.
Poco a poco, se confronta con cada uno de ellos, pues todos tienen algo que reprochar. Su madre (Nathalie Baye) el haberla abandonado. Antoine (Vincent Cassel), su hermano mayor, ser el centro de atención aun cuando está ausente (aunque también parece odiar el hecho de que Louis tuvo el valor de irse y él no).
También está Suzanne (Léa Seydoux), quien le recrimina ser un hermano ausente, pero también ve en él la esperanza de que su propia vida pueda llegar a ser diferente.
En todo ese enredo, la única que parece darse cuenta de que la visita tiene un propósito es Catherine (Marion Cotillard), la esposa de su hermano y una extraña para Louis.
Al inicio de la película, Louis explica por qué ha tardado tanto tiempo en volver. No dice de manera específica la razón de su partida, pero una vez que ha llegado a su destino podemos hacernos una idea. Su familia lo asfixia.
Para dejar claro lo anterior, Dolan pone a sus personajes en encuadres cerrados y nos enfrenta a ellos, nos obliga a no quitarles la mirada de encima para sentir y compartir su incomodidad.
Uno de los argumentos que los detractores de esta cinta han mencionado es lo ruidosa que puede llegar a ser. Y es cierto, los personajes se alteran y gritan a la menor provocación (especialmente Cassel).
Si bien esta estridencia queda como evidencia de lo azotado que llega a ser Dolan en su filmografía, no termina por ser un defecto del todo. Es decir, las personas se alteran y, en ciertas ocasiones, gritan a la menor provocación, por qué ¿cuántos de nosotros no hemos estado en alguna reunión familiar en la que alguien termina gritando? Son cosas que suceden.
En el caso de esta familia, los gritos son sólo una muestra del egoísmo tan arraigado en el que conviven, algo que para entender y empatizar, hay que escuchar más allá de los gritos, hay que conectar con el final y todo lo que sucede a su alrededor.
Y entre tanto drama, Dolan nos regala momentos para respirar todos ellos acompañados de interesantes elecciones musicales empezando por un “clásico veraniego” como Dragostea din tei o I Miss You de Blink 182 (aunque hay dos que definitivamente destacan, el primero con Une Miss s’immisce de fondo y el segundo con Natural Blues de Moby).
Con No es más que el fin del mundo queda claro que Xavier Dolan conoce su oficio, aunque en el caso de esta película pareciera que para conectar por completo con ella hay que tener alguna experiencia con las reuniones ruidosas. Es sólo una teoría.
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Ficha Técnica
Titulo original: Juste la fin du monde/País: Francia-Canadá/Año: 2016/Director: Xavier Dolan/Elenco: Gaspard Ulliel, Nathalie Baye, Marion Cotillard, Vincent Cassel, Léa Seydoux/Guion: Xavier Dolan/Música: Gabriel Yared/Fotografía: André Turpin/Duración: 95 minutos.